“Entraban
en los pueblos, ni dejaban niños ni viejos, ni mujeres preñadas ni
paridas que no desbarrigaban y hacían pedazos, como si dieran en unos
corderos metidos en sus apriscos.
Hacían apuestas sobre quién de una
cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un
piquete, o le descubría las entrañas.
Tomaban las criaturas de las tetas
de las madres por la piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas.
Otros daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo y burlando, y
cayendo en el agua decían: “bullís, cuerpo de tal”; otras criaturas
metían a espada con las madres juntamente, y todos cuantos delante de sí
hallaban.
Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la
tierra, y de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor
(sic) y de los doce apóstoles, poniéndoles leña y fuego los quemaban
vivos.
Otros ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca: pegándoles
fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que querian tomar a vida,
cortábanles ambas manos y d’ellas llevaban colgando, i decíanles: “Andad
con cartas”, conviene a saber, llevad las nuevas a las gentes que
estaban huidas por los montes.
Comúnmente mataban a los señores y nobles
d’esta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y
atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a
poco, dando alaridos...”
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